humahuaca

Perdido en la montaña…

En ocasiones nos asalta la idea de realizar una escapada ideal, de esas que aparecen en las películas pero que para sorpresa de todos, son posibles en la vida real. Por lo general la idea de un pueblo pequeño perdido en alguna montaña, lejos de todo pero tan cerca de todo lo maravilloso, nos resulta tentador cuando el stress nos agobia.

Iruya es el destino que reúne estas condiciones, lejos de los grandes poblados, pero tan cerca de las más bellas montañas, es un pequeño rincòn perdido entre lo absoluto del paisaje. Para llegar hasta allí se puede recorrer los pueblos que son parte de la Quebrada de Humahuaca desde allí se continúa para llegar a este pueblito perdido en la montaña, ubicado en la hermosa provincia de Salta pero irónicamente sólo se puede acceder a él llegando desde la provincia de Jujuy.

Acceden hasta el destino unos colectivos simplones que dicen Iruya, que parten por la mañana temprano o bien a la siesta. Estos transportes se hacen lugar entre caminos sinuosos, angostos y de ripio durante unas tres horas aproximadamente. El viaje es la primer experiencia atrapante, se puede disfrutar de maravillas como son las lomas verdes entre picos nevados, montañas de diversos colores que se encuentran con el celeste límpido del cielo, horizontes que terminan cuando otros comienzan.

Iruya consta de unos pocos hoteles y otros alojamientos que los lugareños ofrecen al visitante (los que se animan pueden acampar). El protagonismo de su iglesia es muy importante, alrededor de su austero edificio se ubica la gente a conversar, descansar, socializar, comer, tocar la guitarra o simplemente contemplar. Es la parada obligatoria ya que las alturas dificultan un poco el andar libremente, el recorrido implica una pequeña exigencia física. En este lugar el ritmo cambia sustancialmente, el paso desacelerado resulta ideal para poder contemplar y dejarse atrapar.

Perderse en un pueblo de montaña tiene el encanto de conectarnos con todos nuestros sentidos, de percibir la naturaleza en su estado más primitivo, sin tanto ruido, sin apuros, con la tranquilidad que nos brinda el andar pausado y el sonido del silencio.

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