Dios y demonio del pueblo que repite su nombre, la Laguna Melincué fue causante del gran desarrollo turístico de la zona, pero también de su desastre y despoblamiento. Imprevisible, indominable, esta laguna supo conquistar el turismo con sus aguas terapéuticas, sus barros curativos y su paisaje maravilloso; y supo arrasar con todo repentinamente, dejando sólo las ruinas del hotel que la promocionaba y empujando a la emigración a gran parte de la población.
Actualmente, este espejo de agua de 12.000 hectáreas, devuelve la vida a la ciudad de Melincué, declarada Capital del Turismo Termal por la Cámara de Senadores de la Provincia de Santa Fe.
Baños saludables en las aguas indicadas para afecciones reumáticas; pesca y deportes náuticos; campamentismo; avistaje de los altaneros flamencos que moran en sus aledaños; son apenas un adelanto de las opciones que Melincué vuelve a proponer.