A partir del Siglo IX, y hasta el Siglo XVI, los guaraníes avanzaron sobre la región absorbiendo toda cultura que intentara establecerse. No obstante, la llegada del Siglo XVII trajo con ella el sistema socio-religioso Jesuita que incorporaría al guaraní a las tareas en las estancias ganaderas.
Estas Estancias Jesuíticas se encontraban situadas en tierras del norte ribereño ocupándolas eficazmente mediante un sistema de desecación de terrenos inundables que permitía obtener un alto índice de productividad en la zona de los Esteros del Iberá.
No obstante, en 1768, la experiencia jesuítica en este sector correntino llegaría a su fin, dejando abierto el camino a la expansión de los guaraníes, lo que a su vez profundizaría el proceso de mestizaje.
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A principios del Siglo XIX, la estructura social impedía al mestizo el acceso a las tierras ganaderas del Iberá, el cual sólo lograba insertarse como peón de estancia. Pero este sistema productivo no requería de un número considerable de mano de obra, volcando a infinidad de personas hacia antiguos modos de supervivencia basados en la caza y la pesca, hasta que en 1983 comienzan a surgir las primeras políticas de preservación de los recursos naturales.
Los Esteros del Iberá, al igual que el Delta del Paraná, era considerado un sitio inaccesible, inhóspito; y sería el naturalista francés Alcides D’Orbigny el precursor de las exploraciones y estudios de su fauna y flora por encargo del Museo de Historia Natural de París. Desde entonces, despierto el interés por sus valores escénicos y biológicos, se intentaría fallidamente amparar tal ámbito natural.
Recién en abril de 1983, se crearía la Reserva Natural Iberá a través de la Ley Nº 3.771, mientras que otro conjunto de leyes la secundarían complementando sus funciones.