Tierra de sacates o sanavirones y también de comechingones o camiares, el suelo donde se halla enclavada la ciudad, fue entregado a Juan de Soria, cofundador de Córdoba. Pero con el transcurrir de los años llegaría a manos de Juan de Ceballos, el gran impulsor del desarrollo.
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Se lo conocería en la época como Estancia San Isidro y en su extensión comenzaría a gestarse espontáneamente una aldea.
A principio de 1830, su nombre comenzó a trascender a nivel nacional, convirtiéndose rápidamente en uno de los centros turísticos más visitados de la provincia. La infraestructura hotelera, la diversidad de sus paisajes, la flora y fauna, fueron los tesoros que Río Ceballos usufructuó para atender a quienes la elegían.